La fiebre minera


Conocido el descubrimiento de Caracoles y acicateada por los relatos de su gran riqueza, una multitud de mineros, cateadores y aspirantes a descubridores, en su inmensa mayoría chilenos, se apiñó en los cerros o se desparramó por sus contornos en busca de vetas de plata. En Chile se organizaron numerosas sociedades de cateo, principalmente en las ciudades del norte: Copiapó, Caldera y Chañaral, aunque también en Valparaíso y Santiago. Diversos capitalistas invirtieron dinero para enviar a Caracoles una o más personas, por un tiempo limitado, con la tarea de descubrir y denunciar minas. También se formaron compañías de cateo entre mineros pobres quienes, reuniendo sus escasas pertenencias –animales de carga o herramientas-, emprendieron viaje rumbo al mineral. De esa forma, numerosos chilenos avanzaron hacia Bolivia.




La prensa nacional alentaba fervorosamente esa marcha hacia el norte a través de artículos muchas veces irresponsables que no advertían sobre los peligros de la zona. Así, en El Ferrocarrill de Santiago, por ejemplo, podía leerse lo siguiente:



“Intencionalmente se ha hecho circular la noticia de que en Caracoles hay desórdenes. Eso es mentira… para que no vayan cateadores de Copiapó, es decir cateadores pobres… De Cobija a Calama hay poco más de cuarenta leguas de camino bueno y de Calama al mineral, veinte leguas, con una aguada abundante y rica en el centro de esa distancia…dicen que hay gran facilidad para llegar allí… A la hora presente, esos peones que marchan, serán dueños de ricas vetas de plata y dentro de poco tiempo quizá, estén en la capital ocupando algún asiento en el Senado o en la Cámara de Diputados, como lo han ocupado muchos de nuestros mineros de Atacama… No es posible dejar que el egoísmo impere sobre los verdaderos intereses de la humanidad.



Caracoles es una gran fuente de riquezas que hará el bienestar de innumerables familias… El desierto de Atacama, terror de los viajeros…está hoy rendido… Se abre para Chile una nueva era de riqueza minera…”.



Afirmar que el desierto estaba rendido o que los caminos hacia las riquezas del mineral eran buenos, además de crear falsas expectativas, ponía en riesgo la vida de numerosos hombres que se internaban sin los recursos necesarios para enfrentar las vicisitudes del desierto. La prensa insistía en desmentir las noticias que llegaban desde Caracoles sobre las dificultades existentes en el mineral y sus alrededores, especialmente para las personas que viajaban sin un capital adecuado y, al mismo tiempo, hacía hincapié en los beneficios que derivaría Chile de la explotación del mineral realizada por sus hombres, recursos y capitales. El diario El Copiapino incitaba con entusiasmo a sus lectores:



“Hay algunas personas que por egoísmo o mala intención corren la voz de que el descubrimiento de Caracoles, asombro de ingenieros y de cientos de mineros que conocen ese mineral…es malo y no vale nada, con el objeto que de Copiapó no vayan cateadores y mineros… pues quedarán las minas desiertas y el comercio y todas las industrias paralizadas por la falta de brazos. Así tendrá que suceder, porque no habrá hombre que se halle en posibilidad de ir a Caracoles, que se quede en Copiapó, sabiendo que allí puede hacerse rico con el trabajo de catear algunos días. …Copiapó perderá muchos brazos, pero otros vendrán; y si no vienen porque los absorbe Caracoles, paciencia y marchemos todos hacia donde esta la conveniencia. …Esas riquezas van a transformar a Chile en poco tiempo, en un precioso Edén, en un foco de prosperidad envidiable”.



Extraído del libro "La flor del desierto: el mineral de Caracoles y su impacto en la economía chilena", de la autora Carmen Gloria Bravo Quezada